viernes, 2 de febrero de 2007

Notas sobre Richard Francis Burton


LAS CARTAS DEL CAPITÁN -primera nota-.



“De un británico que se hace sepultar en un mausoleo con forma de tienda de campaña se puede esperar cualquier cosa”, dijo un cronista francés cuando visitó el cementerio de Mortlake donde yace sir Richard Francis Burton, el autor que nos inspiró (de algún modo algo extraño) la escritura de “Los conjurados del Quilombo del Gran Chaco”.
Sir Richard nació en Torquay, Devon, un día de San José del año 1821, lo que lo hacía dos años menor que la Reina Victoria. Se graduó de médico en la ya por entonces célebre Universidad de Oxford en 1849 y rápidamente se alistó en la Compañía de las Indias Orientales como funcionario en Bengala. El primer informe que envió versaba sobre “El arte musical en los burdeles de Karachi”. Falleció en 1890 en Trieste, como Cónsul de Su Majestad Británica.
La vida de Burton tuvo las agitaciones y tumultos propios de un protagonista del nervioso siglo XIX. Como escritor, consideró que Burton era (como su admirado Demóstenes) más que súbdito británico, ciudadano del mundo. Esa peregrinación iniciada en Bengala seguiría recorriendo África, Asia y América, desde puntos tan distantes como Sebastopol, Damasco, Etiopía, Medina, Salt Lake City (donde conoció y entrevistó a Brighman Young, heredero del patriarcado mormón de Joseph Smith), San Pablo, Montevideo y Asunción. Esta vida de viajero incansable alimentó una escritura casi febril, obsesionada por el detalle y las descripciones en las que la ironía es el arco tensado a punto de disparar la crítica de actitudes y modelos mal trasplantados de Europa hacia las colonias. La visión de sir Richard Burton tiene todo el valor (si anulamos el inveterado etnocentrismo que la inspira) de una mirada desde la vieja Europa-centro-del-mundo al continente satélite, desde las estepas rusas a las selvas indígenas. Desde los desiertos orientales a las montañas y prodigios de América. Sir Richard tuvo la misión de su visión. Como cónsul itinerante de Su Majestad, sus “Letters” (Cartas) estaban más dirigidas al Foreing Office que al misterioso “Estimado Mr. Z” a quien, oficialmente, están dedicadas. Los casi cincuenta libros relatan palmo a palmo las aventuras y desventuras a lo largo, ancho y profundidades del planeta. Títulos geográficos: “Las estepas del Brasil”, históricos: “Expedición a la ciudad perdida de Harar”, etnográficos: “Primeros pasos en el este de África”, religiosos: “Viaje a la ciudad de los santos: el país de los mormones”, literarios: “Las Lusíadas, de Camoens” no han sido suficientes para cerrar su biografía. Pocos años después de su muerte, su esposa, Elizabeth Arundell Burton, después de quemar unos quince manuscritos del finado capitán en un rapto de puritanismo católico, escribió su versión de “The Life of Captain Sir Richard Burton”. Cinco años más tarde, una sobrina de Burton, Georgina Stisted, impugnó la idílica historia de su pía tía Elizabeth con otra “The true life of Sir Richard Burton”, mucho menos reservada y mucho más salaz que el casi catecismo de su tía.
Sin perjudicar el recuerdo de toda la inmensa obra de Burton, que abarca el arte de la esgrima, las traducciones del Kama Sutra y el Ananga Ranga indostánicos, la versión celebrada por Borges de Las mil y una noches, los ensayos históricos y antropológicos; propongo exhumar las “Cartas desde los campos de batalla del Paraguay” escritas entre el 11 de agosto de 1868 y el 21 de abril de 1869, es decir, en pleno incendio de Guerra de la Triple Alianza.
Esta visita predica una visión general de lo que hoy es la región del Mercosur. El viaje empieza en Río de Janeiro y termina en Monte Vidéo, abarcando en su mirada San Pablo, Asunción (y todas las villas del teatro de guerra), Corrientes, Buenos Aires y Montevideo. En cada ciudad Sir Richard consigue capturar los rasgos del identikit personal, el soplo vital y las carcomas de sociedades mal integradas, articuladas sobre falsos valores que seguirán arrastrándose a lo largo de los años y por los siglos de los siglos. Las “Cartas” de algún modo son como un espejo que a veces deforma y otras veces reforma la visión de un continente áspero debatiéndose en una guerra que nadie sabe explicar. Sir Richard indaga, observa, investiga, teoriza; la curiosidad al borde de lo malsano lo empuja siempre la más allá de las apariencias. Si a veces se equivoca, jamás da por sentada una verdad y su método (que es acumulativo) resulta siempre implacable como recurso del sentido común. Las “Cartas” fueron publicadas en Londres, en 1870, y el libro entero está dedicado a Don Domingo Faustino Sarmiento por quien sentía una fuerte admiración. Un “Ensayo Introductorio” avisa al lector qué es el Paraguay, cuál es su trayectoria histórica y quiénes lo habitan. Algo de censo perturba frecuentemente la descripción de la “China Americana”, como llamaban los europeos al Paraguay, aunque inmediatamente reconoce que lo único que tienen en común chinos y paraguayos es el cultivo del té. Dos páginas dedica a la etimología de la voz “Paraguay”. La topografía, agrimensura y demografía le ocupa otras cinco páginas del ensayo y al describir nuestra población nos divide en cuatro razas: blancos, mulatos, indios y negros.
Brillante, contradictorio, polémico, intrépido pero siempre fascinante, Sir Richard que odiaba a los judíos, al Canciller británico, a la democracia y al cristianismo –en ese orden- ha dejado el testimonio de su vida entre nosotros. Si bien escribe y describe su arte de injuriar desde el podio de la superioridad europea, también reconoce que sus conceptos están sesgados y que para hablar como Burton, no puede dejar de ser Sir Richard Burton con su Imperio Británico, sus obcecaciones racistas, sus manías gastronómicas y la etiqueta de su rango.


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LAS CARTAS DEL CAPITÁN IIº PARTE



Habíamos iniciado esta pequeña serie con una biografía del capitán sir Richard Francis Burton, cónsul británico itinerante de S.M. y uno de los observadores privilegiados de la Guerra de la Triple Alianza; la que documentó en sus “Cartas desde los campos de batalla del Paraguay”, publicadas en Londres, en 1870.
Más allá de las atrocidades del exterminio, la visión del capitán se convierte en un espejo que nos permite vernos como nos veían desde Europa. Burton visitó cada una de las ciudades capitales de lo que hoy es el MERCOSUR: Río de Janeiro (por entonces metrópolis del Imperio de Pedro IIº), Asunción, Buenos Aires y Monte Vidéo. Esos retratos hechos como bocetos hoy resucitan viejas imágenes casi desleídas y adulteradas por la visión etnocentrista de este viajero incansable que nunca dejó de ser un sir inglés.

En la Carta XXIV describe su visita a nuestra Asunción a la que llama “ex capital del País del Preste Juan”. El Preste Juan era un personaje mitológico mencionado en un párrafo sospechadamente espurio del “Libro de las cosas maravillosas” que escribiera Marco Polo al regresar de su largo viaje por Oriente, donde llegó a ser ministro en la corte del Gran Khan. Este “Preste Juan” sería un príncipe cristiano reinando en el norte del África como avanzada en territorio infiel. Al compararnos con el País del Preste, el capitán Burton está diciéndole a sus flemáticos lectores que el Paraguay era la tierra incógnita de su tiempo, cerrada a cal y canto por la política aislacionista de Gaspar Francia.
Empieza describiendo “el palacio sin terminar del Mariscal Presidente”, critica su emplazamiento y después machaca con ironía sobre nuestras pretensiones de ser europeos en medio de las selvas: “edificio extravagante, una especie de Palacio de Buckinham apoyado en la abrupta costa del río del cual lo separa un angosto terraplén. Es un absurdo total, considerando las dimensiones de la ciudad: un cuerpo inmenso y dos alas que se proyectan hacia el sur sobre una pequeña plaza en la que hay una fuente. El centro está coronado por una torre con cuatro pináculos. Una elegante y ancha escalinata, de diseño atrevido, irrumpe en mitad de la fachada y termina en una terraza evidentemente proyectada para dominar la plaza y desde allí pronunciar arengas. El arquitecto fue un oficial de albañilería inglés, el Sr. Taylor y trabajó con muchachos paraguayos como obreros, contratados por monedas; teniendo en cuenta todo esto, no lo hicieron tan mal....”
El capitán continúa explorando la ciudad con la mirada casi lasciva del voyeur que espera hallar entre las delicias de su deseo, la virtud adulterada.
“La ciudad puede extenderse hacia el sur, donde sólo seis calles, de un total de las trece que figuran en los planos, han sido trazadas y bautizadas. Más allá el terreno cae en un valle llano y los caminos son meros agujeros o aberturas en el monte denso. No existe ningún plano de la ciudad. Entre el muelle y el arsenal está la Proveeduría, un galpón irregular hecho de ladrillos y tejas; los puestos, que venden de todo y sobre los que flamean todo tipo de banderas (incluida la inglesa) son toldos de lona con dos parantes apoyados en bases de madera. Se trata de una sucesión de puertas, ventanas y otros muebles robados, de duelas de barril o maderamen de barcos encallados. Apestando a desperdicios, estas pocilgas sólo sirven para albergar moscas que se crían entre los caballos y la carne en venta”.
En medio de su relato, el cónsul itinerante se detiene con una reflexión que todavía hoy, más de un siglo después, alguien podría suscribir: “Como todas las obras públicas de Asunción, nada puede resultar más detestable que sus caminos, y conste que los recorrí en plena sequía”.
Y el grafómano viajante sigue registrando con palabras en el reverbero de sus recuerdos: “Pocos pasos más nos conducen a la antigua Catedral ahora la Iglesia de la Encarnación. Curiosamente no han erigido ningún templo dedicado a San Blas, patrono del Paraguay, ni tampoco a San Francisco Solano, quien en 1589 llegó a Asunción. Cerca, la plaza principal. En la parte central más elevada se hacían paradas militares y el público disfrutaba de fiestas navideñas, como carreras de 200 yardas, fuegos artificiales, carreras de sortija y “danza negra”; también en ese lugar organizaban corridas de toros en serio, no como esas niñerías de Lisboa. Frente a la ribera está el Cabildo, un voluminoso edificio con dos plantas con forma de paralelepípedo. En su centro lucen los dos medallones típicos: el superior tiene la inscripción “República del Paraguay” en media luna sobre una vulgar estrella solitaria. Este escudo de armas paraguayo aparece en todas partes, donde corresponde y donde no corresponde, desde los botones de los uniformes de los soldados hasta la fachada de la Catedral”. Critica también el dudoso gusto de la Señora Presidenta (la esposa de don Carlos Antonio) cuya casa es “una construcción fantástica y paraguaya, con la planta superior apoyada en quince columnas rosadas, con extravagantes capiteles de estilo egipcio”, dice más adelante que “todas las casas tienen aljibes para criar mosquitos” y después de elogiar el nuevo teatro construido según el modelo de “La Scala de Milán” concluye diciendo que “había una mula muerta adentro”.
Antes de cerrar la carta, el cónsul resume la situación: “Todas las grandes casas pertenecen a la familia reinante, los López. Los demás, los vasallos, si no se encuentran acuartelados, deben conformarse con ranchos abominables, cobertizos con techos de tejas sostenidos no por paredes sino por postes. El arsenal de costosa construcción, los diques junto al río, un tranvía y una línea de ferrocarril han cubierto todo el asunto con un tenue barniz de civilización pero esta pátina es demasiado reciente; el pretendido progreso es totalmente superficial y basta hurgar un poco para descubrir debajo a la República Paraguaya de los Guaraní “jesuitizados”.


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CONFESIONES DE UN NÓMADE INGLÉS

(3ra. PARTE DE LAS “ANOTACIONES” DEL CAPITAN RICARD F. BURTON SOBRE SUDAMÉRICA)


El protoespía sir Richard Francis Burton nos retrató tal como apareció en la nota anterior, pero también pasó por Brasil, Uruguay y Argentina. En esta última nota revisaremos la opinión que tenía el cónsul de Monte Vidéo (así escribía), Buenos Aires y Río de Janeiro, por entonces la metrópoli del Imperio de Pedro II.

La ácida tinta de sir Richard empieza anunciando que Uruguay podría ser considerado “un aborto minúsculo entre los gigantes” refiriéndose a los demás países de la región, lo que nos da una idea de la importancia que tenía el Paraguay antes de la Guerra Grande.
Después de alertarnos que “aunque tiene una historia breve, su nombre suena espantoso: Ciudad de San Felipe y Santiago de Monte Vidéo” sir Richard justifica el abandono de este puerto del Plata, porque los españoles y portugueses se disputaban a punta de cañonazos la Colonia del Sacramento abandonando Monte Vidéo a pobres pescadores que fueron ocupando los solares y ranchos y abandonaron paulatinamente la pesca para dedicarse al contrabando. Como todas las ciudades coloniales, su corazón era una plaza “un cuadrado central, generalmente vacío de no ser por una o dos palmeras” rodeada de miserables construcciones: un cabildo, un ayuntamiento que tenía una cárcel en el sótano, la iglesia, algunas barracas, el departamento de policía y algún teatro. Con el tiempo, erigieron en el centro de la plaza un monumento a la Libertad, representada –según sir Richard- como una amazona con un gorro de bufón, vestida con una bata de baño y blandiendo una espada que apunta al pecho del observador. Una Libertad amenazante. Conspirativa.
Con ojo impío, sir Richard observa que casi todas las calles de la ciudad desembocan en la plaza y allí cambian de nombre, de modo que cada calle se llama de dos modos distintos “un inútil lujo de nomenclaturas que sólo sirve para confundir”.
Al pasar frente al Teatro Solís, nuestro británico sir Richard lo describe como “un enorme granero de ladrillo” al tiempo que se refiere a la Iglesia Matriz de San Felipe y Santiago como: “una suma de errores, de pies a cabeza; la cúpula, que se eleva desde el techo plano parece un sombrero de castor moteado apoyado sobre un libro; es demasiado chica y está demasiado alejada de las torres, absurdamente separadas como si estuviesen en pleito. Los campanarios en forma de minarete están evidentemente torcidos, salidos como orejas de burro. Las tres protuberancias están cubiertas de azulejos azules y blancos, de diseño tan caprichoso que podrían llegar a imitarse en casa”.
Cuando llega a la dársena del puerto lo sorprende el cardumen de changadores blancos, negros y morenos que vociferan como bestias en lo que él llama este “Purgatorio del Capitalismo”. Se queja de su alojamiento en el Gran Hotel Americano donde, a pesar de los altos precios, no hay hielo para tomar la champaña y donde lo único realmente frío en medio del verano, es la comida que nunca sirven a punto.
Al cruzar a Buenos Aires lo recibe “un aire que, salvo raras excepciones, siempre es húmedo y deprimente”. Sir Richard desembarca en una ciudad que censa como de 200.000 habitantes, cuyas calles son largas, angostas, mal ventiladas y con un pavimento “detestable” peor aún que el de Monte Vidéo. El único lavado, lo producen las lluvias. No existen cloacas. La basura se abandona en cajas para que se la lleve el viento o la pateen los caballos; con estos desperdicios se rellenan los agujeros callejeros y después pretenden tener “buenos aires”. Sir Richard conoció personalmente al presidente Sarmiento quien le entregó un ejemplar de “Civilización y Barbarie” dedicado “Al Capitán Burton, viajero en camino, D.F. Sarmiento, viajero en reposo”. Nunca se pudo encontrar, entre los libros de sir Richard, ese ejemplar firmado por Sarmiento. También conoció a Bartolomé Mitre a quien describe como estadista, geógrafo, lingüista y orador; su excelente memoria me recuerda a la del Emperador del Brasil, Pedro II. Párrafo seguido el cónsul asesta su crítica mordaz sobre Mitre acusándolo de miopía política al colaborar con las tropas de Flores en el Uruguay, lo que rompió el frágil equilibrio del Plata y condujo directamente a esta Triple Alianza que juzga de “vergonzosa”.
Por la noche, comenta el cónsul fue a escuchar ópera italiana en el Teatro Colón, “un enorme edificio cuya fachada ha sido alabada sin razón: tiene forma de cajón para poner zapatos y un estilo de estación de ferrocarril”. Al fijarse en las damas de la platea las describe como “de cara pequeña y amontonada, tez oscura, ojos negros muy abiertos que saben usar a la perfección; estas diminutas bellezas siempre van empolvadas como torta de manzana, iluminadas con coloretes y casi ocultas tras exuberantes cabelleras con melenas de cabellos espantosos como las colas de los caballos berberiscos, o los trofeos de los Jíbaros”.
Si la semiótica es la ciencia de los signos, sir Richard Burton fue uno de sus pioneros. La ironía que pasea por nuestras ciudades cubre y descubre al mismo tiempo un cruce de intenciones entre la Europa colonizadora y las sucursales americanas, meras copias de un modelo ideal nórdico, tan alejado del modelo cuasi platónico como están las cosas materiales de los arquetipos.
La burla, la invectiva, la ironía feroz rechaza la pretensión de urbanidad que empezaban a exhibir nuestras metrópolis. Al cruzar frente a la Recova Vieja el cónsul ve “una angosta hilera de comercios de baratijas con dos largas paredes de ladrillos amarillentos que quieren representar un arco triunfal pero, sorprendentemente, se parece a un edificio que espera ser techado”. En la Plaza describe el escudo de la República que adorna el plinto como “dos brazos desnudos que se dan la mano como si fuera antes de una pelea de box, a la sombra de un gorro colorado en la punta de un palo, con el sol que asoma complacido por encima, como un asistente de los pugilistas”. Después continúa describiendo la Catedral “una docena de disparates que terminan pareciendo un edificio de la Bolsa de Valores”.

En este brevísimo recorrido no me resta sino alentar la lectura de estas “Cartas” del capitán Burton, libro algo difícil de encontrar pero fácil de leer . Este soldado, explorador, etnólogo, científico, traductor, espía, escritor y diplomático no deja de fascinar. Hablaba veintinueve lenguas, escribió en cinco de ellas, descifró manuscritos orientales, descubrió las cataratas del Nilo, autor de más de cincuenta libros que van desde las descripciones de viajes al arte de la esgrima. Inspiró muchísimas obras. Varios de sus textos fueron llevados al cine “Anatomía de la melancolía”, entre ellos. Fue el oculto y póstumo mentor de “Los conjurados del Quilombo del Gran Chaco” cuya primera edición en portugués (edit. Record) se agotó recientemente. Puede discutirse a Burton, pueden rechazarse sus hipótesis a veces caprichosas, puede prescindirse de sus ínfulas británicas que exhibe en la proa como un buque insignia pregona con lábaros su origen. Todo puede hacerse con la obra de Burton menos dejar de disfrutarla como si fuese la fruta del árbol del bien y del mal.
Aunque después resultemos damnificados por el conocimiento.




Alejandro Maciel

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PREFACIO DEL LIBRO (NOVELA) "LOS CONJURADOS DEL QUILOMBO DEL GRAN CHACO" (EDIT. ALFAGUARA, 2001) EN BRASIL: "O LIVRO DA GUERRA GRANDE" (EDIT. RECORD,2002)

AUTORES: AUGUSTO ROA BASTOS (PARAGUAY), ALEJANDRO MACIEL (ARGENTINA), ERIC NEPOMUCENO (BRASIL), OMAR PREGO GADEA(URUGUAY).



Desde el 11 de agosto de 1868 y hasta el 21 de abril de 1869 el cónsul itinerante de Su Majestad, el capitán sir Richard Francis Burton escribe veintisiete cartas desde los campos de batalla del Paraguay como observador, que es decir espía, mediador, cronista, explorador, frenólogo, estratega, historiador, geógrafo, sociólogo, urbanista. Toda la visión de la vieja Europa de los siglos XVIII y XIX se trasplanta en la convulsionada Sud América, donde las dictaduras suceden a las montoneras, las anarquías a las asonadas. Ya no hay revoluciones. La misma superstición malgastada de repúblicas sembradas en un desierto de ideas regado con sangre, se convierte en rehén de grupos, corporaciones, estancieros y sátrapas de baja monta, que se disputan un poder siempre tambaleante, donde todos desconfían de todos, sin llegar a conformar un gobierno; que es decir instituciones que sostengan el equilibrio del poder.

El 1º de mayo de 1865, a causa de que las tropas del presidente Solano López habían cruzado por unos potreros supuestamente argentinos, se firma el “Tratado de la Triple Alianza ofensiva y defensiva entre el Imperio del Brasil, la República Argentina y la Banda Oriental contra el gobierno del Paraguay”, iniciando oficialmente la Guerra del Paraguay, Guerra Grande o Guerra de la Triple Alianza, que se extendió hasta el 1º de marzo de 1870. En medio de la devastación y la locura, cuenta el capitán Burton en la carta XXIII que “del lado opuesto del Río Paraguay, el del Gran Chaco, se ha fundado un amplio quilombo o establecimiento de fugitivos, donde brasileños y argentinos, orientales y paraguayos viven juntos en mutua amistad y en enemistad con el resto del mundo y la guerra”.

Entrando en el siglo XXI, cuatro autores de las cuatro naciones que se vieron envueltas en ese conflicto volvemos a escribir –como lo hizo sir Richard Francis Burton– las crónicas de una guerra que se azuza con el asesinato de dos presidentes (Venancio Flores de la Banda Oriental en 1868, y Francisco Solano López del Paraguay en 1870) y en la que oscuros intereses sobrevuelan como buitres los cadáveres de nacionalismos convertidos en fanatismos suicidas. Sir Richard se perdió en el espacio, las pampas y los pantanos extraños a su Inglaterra reina de los mares. Nosotros estamos perdidos en el tiempo y esa errabundia de las escrituras es al mismo tiempo virtud y defecto. Más fácil que hacer la historia de los hechos ( no somos historiadores) es historiar lo deshecho. La guerra exterminó casi una generación de paraguayos, arrasó pueblos, fortificaciones e hipotecó el futuro de la arruinada nación. Hasta hoy no hay un argumento racional para explicar cuál fue el casus belli. El Paraguay se convirtió en el pandemónium de Milton, tal vez por eso el brigadier general y comandante del Ejército Aliado, Bartolomé Mitre, empezó a traducir el “Infierno” de la Divina Commedia en su tienda de campaña.

Nunca nadie ha ganado nada en ninguna guerra. Los oficiales de las cuatro naciones que desertaron de la contienda para formar el Quilombo del Gran Chaco también estaban perdidos en el tiempo, pensando por adelantado lo que todavía no ha sucedido hasta este ocaso del segundo milenio; perdidos como seguimos nosotros, pensando en un porvenir donde el militarismo, los ejércitos, las fronteras y las armas hayan pasado a ser patrimonios del archivo de la Historia.


A.M.

Asunción, Paraguay, diciembre de 2000






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FIEBRE UTERINA (TEATRO)





FIEBRE UTERINA

Melodrama informal de Alejandro Maciel. Versión 2003.

La acción transcurre en Asunción, Paraguay.
La señorita Elizabeth es una dama porteña muy venida a menos. Tiene un aire decididamente decadente; lo que se traduce en la ropa que alguna vez fue fastuosa pero se está deshilachando, los colores se han desvaído, da la impresión de descuido. Conserva el porte soberbio, camina pisoteando el orgullo de los demás, se mueve ceremoniosamente al principio, casi teatralmente. La grandeza perdida guía el permanente control que ejerce sobre sí misma, con mucha tensión, y que “se escapa” por las fallas desesperadas del alcohol, el humo, el sarcasmo hacia la sirvienta. Cada vez que siente una amenaza, acude al pasado glorioso de su familia. Siempre erguida, se mueve felinamente, como una gata furiosa que quiere aparentar serenidad. Tiene el busto erguido que daban los corpiños con armazones de la década del ’60: dos puntas casi filosas que el corsé de lycra o una tela similar contornea en todos sus detalles. Cinturón grueso, pasado de moda, un collar de perlas (falsas) dos vueltas, tacos altos, medias oscuras, aros y prendedores de gusto cutre.... la gloria del pasado mezclada al patetismo del presente debe reflejarse en el atuendo y la postura. Soberbia, altiva, voz tronante e imperativa, siempre. El actor o la actriz debe tener buen registro de tonos graves. Hablará con suave acento porteño sin exagerar. Párpados pintados con sombra color plateada, como lomo de sardina. Uñas bermellón, boca rosa-té.

Cuando comienza la obra, luz apagada, se inicia con la “Meditación” de Thais, de Massenet. La luz va creciendo lentamente un minuto y entra ella como quien viene de la calle, caminado lenta, majestuosamente, fumando lascivamente. Se quita la mantilla, va y la deja sobre una mesita donde hay santos, toca un retrato de Santa Rita y se persigna, después busca una petaca de caña 3 Leones que está detrás del retrato, le da un sorbo y vuelve a guardar la petaca detrás de la santa. Camina como quien reconoce su lugar. Dos veces se detiene un instante y se rasca bajo el corpiño con el dedo medio izquierdo. En escena hay un mueble destartalado y sobre él, un viejo Wincofón. Elizabeth va hacia el tocadiscos, busca un long-play de Lalo y los Descalzos y lo pone a todo volumen, cortando bruscamente el clima que venía trayendo Massenet. Por favor, que no se ponga a bailar: eso es lo que espera la gente; ella se limita a sentarse en un sillón lentamente, y fuma pensativamente extasiada como si estuviese escuchando la 9na. de Beethoven. Empieza hablando con tono fuerte, estridente. A medida que habla, la música empieza a bajar.

Eliz: ¡Roberta! ¡Alcánceme el frasco de ‘Acqua’ de Carolina Herrera!
(se toca la frente)
¡Pero si no sabe leer!
¡No se puede ser tan bruta, che!
(Se para, se pone tras el sillón muy nerviosa)
¡Cómo se le ocurre nacer en Mbocayaty!
No, si ya decía mamita:
“son pobres porque no tienen imaginación”
¡La puta que lo parió!
(Se levanta el bretel del corpiño, ajusta el elástico de la bombacha pellizcando el vestido, a cada rato se acomoda cosas en la ropa)

¿Sabe dónde nací yo?
¡Pero qué le voy a decir si ni siquiera conoce Ñeemby!
¿Qué hizo hoy para comer?
¡Estoy harta de sus borí borí!
Me llena de gases.

Y pensar que en Olivos teníamos sirvientes que hablaban francés.
(Grita hacia el fondo)

¿Adónde mierda se metió que no viene de una vez?

(Entra la criada, esmirriada y étnica, su aspecto debe contrastar absolutamente con la altivez de Elizabeth. Se mueve como autómata, sin pizca de gracia; se rasca la cabeza buscando piojos cuando la señora se descuida, aplasta entre las uñas los bichos que se extrae. Cuando corre un mechón frente a los ojos bizquea tratando de ver el piojo antes de aplastarlo entre las uñas. Después se rasca el sobaco, se huele los dedos, y se mete constantemente los dedos en la nariz sin exagerar la caricatura, la chica lo hace tímidamente casi sin darse cuenta, cuanto más disimulado, más efecto tendrá)

¿Adónde estaba?

(La criada, como si no escuchase, no responde nada, se limita a sentarse en un taburete con gesto mecánico y lerdo)
¿Por qué no me contesta?
¡No, si de tanto mirar las novelas venezolanas se me puso arisca!
Sírvame tres dedos de Ye Monks,
La botella que tiene los curas.
¡Siempre me olvido que es analfabeta!

(Camina de izquierda a derecha y viceversa con paso firma, haciendo sonar los tacos mientras la criada va a buscar el wisky. Se toca el pecho, se mesa los cabellos (peluca de nylon muy maltratada) y después se quita los guantes blancos.

Como doscientas personas en la misa, Roberta.
¡Todavía queda mucha gente decente, che!
Estaban todas las maestras de la polimodal.
A mi lado se sentó Mechita, la mujer del director técnico de Olimpia.
¡Viera el vestido de Gucci que tenía!
¡Gorda yegua, con esas mejillas rosaditas y el pelo blanco!
Idéntica al tipo del envase de Polenta Quáquer.

(Mirando fijamente a la criada que le trajo el vaso y se quedó esperando)

¿Por qué tiene olor a alcanfor cuando transpira?
No entiendo por qué me odia, Roberta.
La traje conmigo porque me preocupa su futuro.
Ya ve:
A los tres meses ya le hice tomar la primera comunión.
(Hace clin, clin con los hielos del vaso cuando ya tomó todo el wisky)

Ahora sírvame una medida de cogñac.
Papá decía que el cogñac evapora el wisky.
¡Él sí que era un hombre distinguido!.
Jugaba golf.
No quería saber nada de fútbol.
Pero ¡qué se iba a poner a correr con once negros catingudos en una cancha!
¡Un hombre de mundo!
Déjese de joder.
¡La puta que lo parió!
Hasta que lo trasladaron a la Aduana de Clorinda.
Ya ve, Roberta, el destino juega con naipes marcadas.
Usted está contracturada. ¡No hace relax!

Tiene que aprender a respirar.
Yo hice yoga como quince años,
Hasta que me empaché de comer lechugas.

(Se pone nuevamente de pie, ronda a la criada que sigue sentada en su taburete, indiferente a todo cuanto la rodea, como pensativa pero en realidad mirando el vacío)

No es feo su color.
Por lo menos no es negra.

(Empieza a fingir uno de sus ataques un poco cardíacos, respiratorios, estertorosos, se aferra a un mueble para no caer. La criada no hace la menor señal de ayudarla como si estuviese acostumbrada a eso)

¡Ay, ay, ay! Aaaaaayyy
Alcánceme las pastillas para el corazón,
Están sobre el bidet.
Me sofoco. ¡Aire! Necesito todo el aire del mundo.

(Se deja caer en el sillón, se sopla con una papel)

¿Encontró?
¡Qué va a encontrar si es tan bruta!
Tráigame una copita de Tres Leones.
Anoche soñé con mamá. Voy a jugar a la quiniela.
El 48 a la cabeza y a los 10
Si gano, le compro el disco de Juan Gabriel que tanto le gusta.
¿No se alegra? ¿No agradece?
¡Juventud perdida! ¿Adónde vamos a parar así?
Todos son una manga de narcisistas:
Se quieren llevar al mundo por delante.
¡Ya van a atropellar con Doblevé Bush, carajo!
Ay, cómo me duele la rabadilla.

(Suena el teléfono)

Alcánceme un Marlboro y atienda el teléfono.

(Criada se levanta y camina parsimoniosamente hacia el fondo alza y vuelve a bajar el tubo, ni siquiera contesta, trae el cigarrillo con gesto maquinal)

Si es papá, dígale que no estoy. No hablo con muertos.
Es de bien nacidos ser agradecidos, Roberta.
Quiero enseñarle algo que no sabe.
La patria está de pie porque hay próceres que sostienen esa grandeza.
Se lo digo yo, que soy pariente de no sé cuántos héroes.
¿Usted sabe cuántos murieron por su libertad?
Pero.... ¡catrollada de prójimos se dejaron matar
Para que usted ahora esté ahí, altiva, regia como una reina, libre!
¡Desagradecida!
Total, que los pobres militares ya murieron en su nombre.
Pero la juventud se caga en el pasado.
Ay, cómo me duele este juanete de mierda.
¿Usted sabe lo que fue la guerra de la Independencia?
¡Qué va a saber si nació en Mbocayaty!
No sea resentida.
Yo no tengo la culpa de que usted sea india. Sea cristiana. Perdone.
Setenta veces siete.

(Suena el teléfono)

Vaya, atienda rápido. Tráigame el espejito ovalado. Y el misal.
Hoy es el día de san Gil, abad.
¡Mire el almanaque!
¿Dónde metí las efemérides?

(Se pone a buscar en sitios insólitos, en el escote, vacía la cartera, busca bajo el tapizado)

¿Adónde, adónde está mi breviario?

(Queda pensativa un ratito, la criada vuelve y queda parada)

Anoche: me lo olvidé en el Bingo Guaraní.
¿Quién llamó? Ya sé, María Florencia,
ayer nos cruzamos en el salón de belleza.

(Ronda a la criada y la mira)
(Música: suaves acordes de una fuga de Bach)

¡Usted podría dedicarse a eso!
Tiene aire de peluquera. Es enigmática y ruda.
Y tiene cara de gay pasivo.
¡Barra un poco el piso, a ver si viene María Florencia!.
Ella me vive criticando. Tráigame el cepillo “Jabalí”.
Hoy leí en la revista “Caras” que se jubiló Lupita Ferrer.

(Espejo en mano retoca el maquillaje recargado, tipo putarrón)

María Florencia me envidia, Roberta.
Me busca la roña debajo de las uñas.
Critica todo. Barra bien, pase el trapo con “Fluído Manchester”
¿Dónde está mi “Angel Face?
No es como mi madre.
Ella era una mujer que no se metía en la vida de nadie.
¡Era gaucha mamita, eh!
La puta que lo parió.

De mí puede decir lo que quiera.
¡Pero soy virgen!.
Ningún hombre me tocó un pelo.
Mamita decía: “mujer tocada, mujer mancillada”.

(Se pone de pie, rodea a la criada)

Y usted, tenga cuidado: es joven
Aunque tenga olor a pólvora bajo el brazo
Los hombres siempre están pensando lo peor.
Cuando más viejos, buscan a la más joven.

(Se recorre el busto con las manos, se afina las caderas)

Lástima que no me conoció en mi juventud.
Antes de la dictadura.
Yo era la mujer más hermosa a 200 kilómetros a la redonda.
Venían de Chascomús, de Trenque Lauquen, de Choel-Choel
únicamente para verme.
Me ofrecían matrimonio embajadores, hacendados,
¡Ministros de la Corte me hacían la corte!.

Un día vino a cantar al club Leo Dan
Y me dedicó “dime, dime, cuál es la forma de encontrar tu amor?”
Tía Sarita, que era diabética, se meó encima.

¿Por quién votó en estas elecciones?
Ya sé: no me lo diga. El voto es secreto.
¿No se da cuenta?
Usted es libre.
¡Cante, celebre la alegría de haber nacido libre!
¡Puede decir lo que quiera, tiene libertad de opinión!
No hay censura previa.
¿Sabe lo que significa?
¡Que usted, que es bruta, puede elegir al Presidente de la República!
El Presidente es su empleado, Roberta.
Le voy a contar un secreto: yo soy de escorpio.
El cosmos, Roberta, puso todos los puntos y las comas
En el libro de nuestras vidas.

Ponga un mantel en esa mesa del líving-room.
Mamá decía: “hay que vestir hasta las mesas de luz”
¡Era gaucha mamita, eh!
La puta que lo parió.
Sírvame un vasito de Fortín etiqueta negra.
Ay, me viene de nuevo la crisis

(La criada se limita a mirarla indiferente, ni siquiera amaga socorrerla, sigue sentada quitándose liendres del pelo)

Ay, algo me escalda, me cuece viva

(Exageradamente, se retuerce)

Son llamas infernales. ¡Fuego, fuego demoníaco!
¡Me ataca el diablo, Roberta!
Ay, ay, la puta madre que lo parió!

(Se revuelca en el piso, se sacude)

Ahhy, ay, auxilio, la puta madre que me retuerce...
No puedo más.
Es un espíritu satánico,
Tráigame el escapulario de San Pantaleón.
La Virgen desatanudos...

(La criada permanece absolutamente indiferente...ella se levanta como si nada)

Es... ¡escéptica!
No cree en nada.
Me podría violar Satanás en persona que usted ni fu ni fa.
Tengo pensamientos obscenos, Roberta.
Se me aparecen hombres desnudos. Cremas vaginales.
Penes inmensos como árboles. Sueño continuamente.
A veces estoy como Hansen y Gretel
Perdida en una selva de penes.
Siento olor a vaselina.
No se de dónde me vienen esas porquerías a la cabeza.

(Se acomoda el bretel, se abanica con las manos, se rasca la entrepierna)

Yo soy de buena familia.
Nunca fuimos peronistas.
Si yo no hubiera nacido hubiese jurado que mamita era virgen.
Tenía ese porte de virgen.
Caminaba cerrado.
Dormía con las piernas juntitas.
Pero papá era vasco; testarudo, dále que te dále
Hasta que consiguió penetrarla
¿Dónde dejé los cigarillos?
La veo tensa. Muy “yin”.
¡Mis sedantes! Es hora de tomar mi Solpán 6.

(La criada se va parsimoniosa a buscar el medicamento)

Cuando tenía 17 años conocí un alemán.
Inmenso como Schwazzenegger.
Todos los jueves me mandaba un ramo de rosas.
Mamita me dijo: “las flores son el sexo de las plantas. Ese hombre te manda sexo”
Papá no lo recibió porque estaba durmiendo la siesta.
La puta que estoy sola, che.

(Ronda de nuevo a la criada, ésta entrega el comprimido y se sienta)

¿Tiene fantasías sexuales?
Yo era como usted, narcisista.
Mi psicoanalista me dijo “así no se puede amar”
Mi Ello amaba a mi Yo. Y la energía mental pasó al cuerpo.
Me estropeó la cadera izquierda.
Estuve con la pierna semiparalizada 3 meses.
En la iglesia ya empezaban a decirme “la renga”
Hasta que soñé con el Padre Llamas
Que me curó en una misa de sanación.
¿No quedó un poquito de 8 hermanos por ahí?
Yo soy platónica.
Mi carne siente las pasiones de la tierra,
Pero mi alma desea el cielo, Roberta.
¿Usted cree en la reencarnación?
La Couchonal me tiró el tarot marsellés
Y me dijo que en otra vida fui María Antonieta.

(Llaman a la puerta)
(Fragmento de un tema de Carpenters)

Vaya, atienda por la mirilla.
Si es la vendedora de Avón dígale que quiero un talco Wild Country
¡La mierda que estoy sola, che!
Siento un vacío acá adentro.... me hace mierda...

(Vuelve la criada con una carta)

El coronel Grinzt, que fue intendende de Morón
Quiso abusar de mí cuando tenía 19 años.
Un 25 de mayo, en la plaza, en plena Fiesta Cívica
Yo lo perdoné en nombre del Cabildo Abierto.

Yo era hermosa.
Tenía la piel suave y nacarada, como una diosa.
Me pintaba un lunar acá (señala sobre la boca)
Tenía 105 de busto.
¿Cómo se iba a resistir el pobre hombre?
Estuvo a punto de chuparme acá, la yugular
Cuando vio la medalla de santa Teresita y quedó paralizado.
¿Era papá el que habló esta mañana?

(Criada la mira, desafiante por primera vez)

No, perdóneme, no sé lo que digo.
Estos mareos....
¿Quién me escribió la carta? A ver...

(Criada le pasa el sobre)

Tía Piedad.
La hermana soltera de mamita.
(Lee en voz alta)
“Querida sobrina, se terminó nuestra familia.
Somos las únicas sobrevivientes. Y a pesar de nuestros desencuentros
La sangre llama.
Sé que traje disgustos en el pasado.
Pero no me arrepiento.
No quise avergonzar a nadie: solamente quise ser libre.
Espero que hayas comprendido: tu madre nunca me entendió. Nunca.
Es terrible vivir atadas a lo que los demás quieren de una.

(La carta se transfiere íntegramente a la Criada, quien sufre un cambio, del porte esmirriado pasa a lucir soberbia. Es una transformación que ocurre en el interior de Elizabeth pero ésta lo proyecta sobre la criada. Elizabeth nos impone su visión, nos asedia con su ilusión fantástica. Desde aquí los espectadores somos parte del mundo interno de Elizabeth que nos cambia la realidad. La Criada ahora es la tía Piedad, una mujer arrebatadora, segura de sí misma, libre hasta el desenfreno. Esto cambia la postura, otorga una voz persuasiva y enérgica, cambia el modo de ser de la Criada rústica en una mujer de mundo, refinada y altiva.
Roberta/Piedad:

Tu madre nunca admitió otra ley que su ley.
Y su ley estaba hecha para secar a una mujer.
Mi libertad siempre estuvo al borde, allí, casi a punto de caer
En el escándalo.
¡Siempre odié la estabilidad del sagrado matrimonio!
“El orden impecable de una casa sin pecado”, como decía mi hermana.
No, no, no y no. Yo nací para otra cosa.
Quería morder el amor allí donde se ofrecía.
Sin escribanos, ni jueces ni firmas ni público.
Pero mi hermanita quería otra cosa.
Quería un cura y el vestido blanco, y sobre todo la libreta
Del registro civil.
Ella siempre creyó en las palabras escritas.
“Lo demás, se lleva el viento”, me decía.
Mi hermana era como mi conciencia.
Noche y día vigilando mis pasos, mis miradas, mis deseos.

Elizabeth: No siga, por favor, tía Piedad. No... no me hace bien.

Piedad: Yo decía lo mismo. Me negaba a ver
La pared que tu madre había levantado
Para hacerme sentir vergüenza de mis pensamientos.
Para encerrarme en mis miedos.
No, mi querida: hay que aprender
A mirar de frente nuestras miserias.
Elizabeth: (Casi indefensa, como era la criada)
Todo eso ya pasó.
No hay que revolver el pasado.
Piedad: (Siguiendo sus pensamientos) Era el ojo de Dios.
En todas partes, a toda hora.
Implacable en su perfección. Y a mí algo me agitaba acá,
Algo tibio que me sacudía.
Por esa época yo conocí a Enrique. Fue vernos y desear.
Él era casado, pero a mí no me importaba.
Yo no quería un matrimonio, tener hijos, quedarme a esperar
Encerrada en mi casa, cocinando y cuidando jardines..no, no.
Definitivamente no.
Cuando veía a una mujer dando de mamar a un crío, me espantaba ¡Me daba asco!
Elizabeth: No siga, tía... no siga.
Piedad: A mí también me asustaba
Pero después acepté ser como era.... un poco desalmada tal vez...
Me miré en el espejo y me dije:
Te vas a quitar las últimas mentiras.
¿Qué quería ser?
Una buena amante en la cama de cualquiera.
Una recorre miles de kilómetros
Y al final, todas las camas son idénticas.
Pasiones pasajeras.
El instante es lo único que nos pertenece.
En un año pasan ¡tantas cosas!
Fue la última vez que lloré.
Pero tu mamita se dio cuenta, mi terrible hermanita
Se adelantó a mis intenciones,
Vigilaba como un dragón
A punto de vomitar fuego.
¿Qué podía hacer? Yo estaba desesperada.
Me enamoré de Enrique; de su vos, de su olor, de todo. Todo.
Era capaz de lo peor con tal de acostarme con él.
¡Se me ocurrió una idea! La calentura aviva los sesos...
le dije a mi hermana que me sentía muy confundida
“quiero que me ayudes”, le dije.
Le rogué la protección que ella me impuso
Desde que quedamos huérfanas.
Y mi hermana, la fuerte, la invencible, la omnipotente
Se dejó vencer por mi debilidad... (risa sardónica)

Elizabeth: ¿Cómo pudo hacerle daño
A alguien que la quería tanto?

Piedad: Hay amores equivocados, querida. Pero eso
No enseñan en las escuelas: se aprende rodando por los caminos...
Un marinero –con quien me acosté- que viajaba mucho me contó
Que en alta mar los arenques más indefensos, chiquitos
Como mi mano, viajan pegados a los vientres de los tiburones.
Sobreviven usando a sus asesinos como escudos.
Van pegaditos a la piel del enemigo, escondiditos, sin hacer ruido.
Por supuesto que el tiburón no sabe que lo usan... qué gracia..
Usé a tu mamita para que me protegiera de la tentación.
Ella creía estar defendiéndome con sus consejos
Y yo, libre de vigilancia me encontraba con Enrique
A escondidas para gozar cada momento.
¿Eso será el amor? Pasa ese momento
y quedamos más solos.. que nunca. Y después viene otro, y otro...
Todo fue muy tierno, muy romántico y arriesgado.
Pero el tiempo ya te habrá enseñado
Que la felicidad siempre anda apurada.
Una noche la mujer de Enrique nos encontró y como dice Pierina:
“todo se puede explicar, menos un condón usado”
Total: me convirtieron en un animal salvaje
Que las mujeres evitaban y los hombres perseguían...
Sobre todo los casados.
Y ahí vino lo peor porque tu mamita, mi única hermana
Me echó a la calle como si fuera una perra
Elizabeth: Mamá no pudo haber hecho algo así!

Piedad: Tu mamita era una mujer feroz. Cruel.
Llena de odios. Era...¿cómo decirte? Una arpía
Hecha de envidias y celos.
“Si yo no hago esto, los demás tampoco”.
Ella estaba hecha para asfixiar deseos.
Elizabeth: ¿Cómo no supe nada de todo eso?
Piedad: Tu mamita pensó en todo, querida...
Te aisló del mundo como a una muñequita en una vitrina
Para que el mal del mundo no te rozara.
Bueno, ahora que sufriste en carne propia..
Porque, ¡algo habrás sufrido!, ¿no?.
Elizabeth: ¿Está sufriendo ahora?
Piedad: No. Nunca me sentí demasiado culpable...
Tu madre me expulsó del Paraíso y tuve que rodar.
No sé dónde está el pecado todavía.
A fin de cuentas... amar a todos es mejor que guardarse un hombre
Bajo la cama con dos vueltas de llave (sonríe)
Tan mal no me fue. Un hombre me dejó una casa,
Otro un auto, otro una cuenta bancaria
Y por último, alguien me dio un apellido distinguido.
Ahora soy lo que tu mamita llamaría “una mujer distinguida”
¿Ves, querida? Una camina y camina creyendo
alejarse de lo que odia
y al final, el pequeño pescadito termina siendo el tiburón.
Elizabeth: No puede ser todo lo que me está diciendo...
¡No es verdad que haya hecho todo ese escándalo!
Usted es de buena familia...
No, no... mi tía Piedad murió hace tres años.... es un ensueño.
(La criada recobró su porte esmirriado, vuelve a ser Roberta sentada en su taburete, rascándose, con música de fondo del Grupo ‘ Mocedades’)

Habrá sido el Rohipnol que tomé anoche.
¿Qué me pasó?
Ay, hija, tengo los nervios a la miseria,
Sírvame un Gancia con Terma.
Esos yuyos me hacen bien a la sangre.
¿Son medicinas indígenas, no?
No lo tome a mal, no lo dije por usted.
¿De qué tribu es usted?
¿Diaguita? ¿Tehuelche? ¿Mataca?
¡Mataca!
Por eso tiene olor a ruda macho cuando transpira.
¿nunca se le ocurrió ser lesbiana?
Yo sería capaz de todo con tal de no estar tan sola.
No me tome en serio.
¿Sabe que una vez tuve un orgasmo
mirando un capítulo de “El Clon”?
(Tema de Vinicius de Moraes, suavemente)

¿Sabe bailar el samba?
Yo aprendí cuando viajamos al carnaval de Río.
Me tocó bailar con un mulato en el sambódromo.
Usted sabe que yo soy humana y noble, pura de corazón,
Me cambio la bombacha dos veces al día.
Soy una mujer sensible
¡Pero no me pida que soporte a un negro!.
¿Sabe que me mostró el pene cuando me elegían
“Reina de la Simpatía”?
Nunca más viajé al Brasil.
Usted tiene mal olor en las manos,
¿No se habrá estado manoseando mientras yo estaba en misa?
Le voy a contar la verdad:
No duermo porque tengo una picazón en las partes...
El médico me dice que es la menopausia,
Pero ése no sabe nada
Se recibió porque el padre es diputado.
¿Tuvo algún novio?
¡Qué me va a contar si es tan reservada!
A pesar de todo me cae bien.
(Se escucha un tumulto que viene desde afuera)

¿Qué pasa ahí? ¿Quién anda?
Vaya, mire por la ventana
Ay, qué desesperante son dos mujeres solas!
(Se acerca ella también a la ventana, se para sobre una silla)

¿Ve la ventana de la fotógrafa?
¡Está llena de bombachas!.
Mire, ahí, enfrente; se ve que estuvo de joda
El profesor de matemáticas.
Soltero, y tiene como 50 años.
Entran y salen las alumnas para repasar logaritmos.
Es un puerco, que se arrastra con cualquiera.
No lo salude en el pasillo.

¡Mire! Mire en el dormitorio de doña Mirtha,
¡está fornicando con su chofér! ¿No ve?
En la misma cama del marido.
Le está haciendo una flor de fellatio.
¡Pero qué puerca!
¡Nunca vuelvo a tomar un tereré con esa chancha!
¿Se da cuenta, Roberta?
Estamos sitiadas por la corrupción.
Somos dos vírgenes asaltadas por los vicios ajenos.
Le juro que vivo con unas palpitaciones, un sudor...
¡Tengo un soplo cardíaco!
Hay polución de hormonas en el aire.

Yo le siento olor rancio en el pelo, como de naftalina...
¿No usa el shampoo Plusbelle que le compré?
¿Vio el mundo de afuera, hija?

Le voy a decir algo
El mundo es un hermoso jardín abandonado.
Y todo por culpa de ésos...
(señala al público)
...profanadores de la carne.
Y nadie se hace responsable.
Allá en la esquina, fíjese bien, esa vanda
Está ofreciendo sexo explícito a los soldaditos...
¿No ve cómo levanta la pollera?
Está sin ropa interior.
Se le ve la pochola.
¡Grandísima yegua!
¡Esto se terminó! No puede ser que Enriquito Riera
se ría de nosotras.
¡Vaya a la calle, tráigame a la vanda!
(criada busca en el público a una mujer y la trae a rastras)

Hay que volver a la decencia.
Puros nacimos y puros tenemos que morir,
Como decía mamita.
¡Era gaucha mamita, che!
La puta que lo parió.

(ronda a la mujer que trajo la criada, da 3 vueltas a su alrededor y se hace un silencio de suspenso)

¡Pero si había sido un travesti!
Un hombre vestido de puta.
¡Sáquelo rajando, Roberta!
Pero ¡qué indignación!
Somos dos ángeles en Sodoma, Roberta. ¿Qué le pasó al mundo?
Cayó el Muro de Berlín. Es el fin de la historia.
¡Qué siglo de porquería!
Nada quedó en pie.
Ni siquiera el amor... ni eso...
(Se empieza a quitar todos los adornos superfluos, como quien se desenmascara, mientras empieza a sonar nuevamente la ‘Meditación’ de Thais, de Massenet)
Nada.
No dejaron nada. Nada de nada. Adiós esperanzas,
Adiós sociedad. ¡Sálvese quien pueda y a gozar!
¿Y el amor? Ni siquiera esa limosna,
Y necesitamos amar, somos seres desvalidos,
Incompletos... tenemos el deseo allí
(Señala la fuente de luz)
Ahí, tan cerca y tan lejos....
Como un sol que al mirarlo
Nos deja ciegas. Igual, tanteando las tinieblas...
Perseguimos la luz de ese sol.... encandiladas..
Toda la vida detrás de esa luz,
Y nunca llega... pero no importa,
Es la única promesa detrás de nuestra miseria...
De esta vida que se parece a la nada...
Comienza de la nada
Y termina en la nada.

El amor es la única ilusión que nos hace inmortales..
El amor.... tan poco, tan...
(Desde las sombras, Roberta asume una actitud tenebrosa, se para en un cajón o algo que la haga más alta, se yergue casi siniestra envuelta en una túnica oscura, señalando con el índice a Elizabeth que habrá quedado arrodillada al terminar su monólogo; Roberta es la madre ahora... la imagen siniestra de la madre fantasmal, música percusiva, timbales)

Madre: ¡Hija! ¿Qué estás haciendo ahí, arrastrándote
Como una cualquiera?
Elizabeth: ¡Mamá! Madre...yo le voy a explicar....
No soy lo que usted quería, mamá.
Soy una pobre mujer. Débil. Desesperada.
Madre: Yo te enseñé a ser fuerte con la palabra y el ejemplo.
Te enseñé a vivir con la cabeza en alto.
Te enseñé el orgullo.
Ahora exijo una conducta.
Elizabeth: Yo... no hice nada para ofenderla, mamá.. nada indigno.
Pero con todo eso... no soy feliz, mamá.
Peor todavía: seguí sus ejemplos y estoy sola.
Nadie me quiere.
¿Habré aprendido a querer alguna vez?
¿Me enseñó a querer, mamá?
Madre: Yo te enseñé todo, te enseñé el respeto
Y lo que significa dignidad.
Te enseñé a vivir como una mujer decente.
Elizabeth: ¿Y a querer?
¿Me enseñó alguna vez a querer de verdad?
¿Me enseñó a ser sincera?
Madre: ¡No seas insolente!
Soy tu madre y me debés respeto.
¡De rodillas!
Que me pidas perdón de rodillas.
Elizabeth: Yo no la ofendí, mamá...
Únicamente pregunté la verdad. ¿Me quiso alguna vez?
¿Me enseñó a querer de verdad?
Madre: ¿Qué otra cosa te enseñé toda la vida?
¿Qué otra cosa sino el amor y la caridad?
Elizabeth: Ah, entiendo... echó a tía Piedad a la calle
Por caridad....
Madre: Era una adúltera. Una cualquiera. Una puta
Que arrastró nuestro apellido por el barro.
Era una deshonra para todos.
Elizabeth: ¿Por qué? ¿Porque tuvo el coraje de amar y dejarse amar,
Sin condiciones?
Porque no le importó la condena de los demás?
De gente como usted, mamá. Jueces sin piedad.
Jueces. Yo no sé si hizo bien o mal...
Porque la educación que usted me dio
No me deja ver claro en el corazón de la gente.
Usted y su maldita educación para niñas bien.
Yo no sé querer. Acá tiene el resultado.
Una mujer seca, envenenada en su propia sangre.
Estoy llena de envidias y odios.
Soy una pobre infeliz encerrada en su trampa.
Y ahora estoy empezando a entender porqué no sé querer.
Porque nunca me quisieron, mamá.
Usted nunca quiso a nadie.
Madre: No te voy a permitir que ofendas
El amor que le tuve a tu padre.
¡He sido mujer de un solo hombre!
Elizabeth: De dos, madre. De dos.
Madre: ¿Qué estás diciendo?
Elizabeth: Que usted tenía relaciones con don Félix, mamá.
Madre: ¡Silencio!
Elizabeth: No era ningún secreto para mí. Primero las risitas cómplices,
Las miradas que se cruzaban.
Madre: ¡Falso! Basta de mentir...
Empecé a sospechar, mamá. Y no hay nada más peligroso
Que la sospecha de los niños.
Hasta que un día los vi, mamá.
Madre: ¡Mentira! ¡Falso! No es verdad.
Elizabeth: Y no eran besos nada más.
Madre: ¡Silencio!
Elizabeth: Eran manos entre sus piernas, eran lenguas
Que dejaban la baba en su cuello. Era sexo, mamá.
¿Eso era lo que tanto le molestaba de tía Piedad?
Que ella hiciera al aire libre lo que ustedes hacían
Escondiéndose en la mugre como ratas?
Yo sabía que era falso todo lo que me enseñaba.
Presentía un mundo de sombras
(Toma un cuchillo, como enajenada, tema de Igor Stravisnky)

Un mundo hecho de mentiras. Todas mentiras.
Una sobre otra
Como un palacio de naipes....
Por eso me lastima la perfección, mamita.
El amor debe ser perfección,
Pero yo solamente puedo ver apariencias.
Aprendí a descubrir lo que está escondido
Soy una experta en trampas y mentiras,
Y así no se puede amar.
Ésa es la lección que usted me enseñó con su decencia
Voy a cortar el mal de raíz, mamá.
Voy a matar la última esperanza
De ser feliz
Diciéndole todo lo que la odio
¡Hija de mil putas!
(Clava el puñal en las sombras, se apaga la luz, a toda orquesta el final del aria “Non piangere Liu” de la ópera Turandot, de Puccini)


FIN
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Pxmo. Capítulo underground : “Fiesta de sirvientas”

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